Marcel Duchamp
No puede hacer otra cosa más que llorar en el más allá. Su crítica se convirtió en arte y ese arte se acabó convirtiendo en la aniquilación de sí mismo. Él terminó siendo eterno y no hay nada peor que la desgana de seguir viviendo a pesar de la muerte.
Hace casi 100 años, para un concurso de arte, Duchamp presentó un urinario bajo el pseudónimo “R. Mutt”, nombre de un fabricante de sanitarios neoyorquino y lo tituló La fuente. La Sociedad de artistas independientes de NY no tenía otra opción más que rechazar la propuesta. No buscaban legitimar el absurdo, ni sustentar la provocación, así que ¿cómo podrían premiarlo? Por eso Duchamp supone una ruptura. Sin embargo, la fuente se volvió famosa y terminó siendo absorbida por el sistema. Él mismo admitió sentirse incómodo por el aspecto publicitario que habían tomado las cosas. Cuando en 1917 esta obra fue elogiada como “bella y de buen gusto”, Duchamp se enojó, pues sólo se entendía en el planto estético, lo cual destruía su confusa identidad como arte/antiarte, y se ignoraba su acto creativo.
Sin embargo, Marcel Duchamp no es culpable. Él nunca pretendió que su acto antiartístico fuera cooptado: simplemente quería obviar el absurdo, no legitimarlo. No buscaba, ni quería, repercusiones comerciales en cuanto a la fuente. No quería que años más tarde, muchas obras -algunas de ellas terribles- se justificaran a partir de él. Duchamp se rebela contra la ponderación y el análisis estético del arte y contra la emisión de cualquier juicio social sobre él. Paradójicamente, su obra ha sido generadora de grandes juicios sociales y hoy su propuesta sigue generando fascinación y rechazo; su obra es ineludible.
Duchamp fue un trabajador artístico que desmanteló el signo, creó la pintura-idea, negó la noción de obra y disolvió el concepto tradicional del arte, renunció a todas las estéticas y negó la condición retinal del arte. Pero Duchamp no quería repercusiones, su obra era una denuncia, no quería insertarla dentro del sistema y por lo mismo, de todas las piezas que vendió nunca tocó un centavo. Pero a pesar de todo, Marcel fue el primero en la historia del arte en haber rechazado la idea de la pintura, abandonó la idea del arte, y trastornó el orden establecido de las cosas, convirtiéndose para muchos en el padre del arte conceptual.
Paradójicamente, el gran creador de los ready-mades ni siquiera quiso crearlos: “cuando puse una rueda de bicicleta en un banco, con el manubrio hacia abajo, no existía la idea del ready-made, o alguna otra cosa. Fue sólo una distracción, no tenía alguna razón en especial ni intención de mostrar o de describir algo…. nada de eso”. Él sólo estaba interesado en el acto creativo en sí y no en lo que la obra producía a partir de ello, pensaba en su espectador. Él pensaba que era tan importante quien observaba la obra como quien la hacía.
Lo verdaderamente preocupante respecto a esto es que los absurdos de siglo XX siguen pareciéndose a los de la actualidad porque los vacíos que planteó Duchamp siguen teniendo efecto, y porque se ha consolidado una imagen de Duchamp que él odiaría de sí mismo. Si gusta Duchamp, debería ser ignorado.
Sin embargo, sólo queda constatar que han pasado 100 años y que aún así el arte no ha podido escapar de la provocación de Duchamp, y que ese urinario, esa rueda en el banco e incluso su desnudo bajando la escalera, que nadie entendió en su momento, han permanecido en el tiempo y han tenido eco en forma de reinterpretaciones y actos artísticos vacuos que han conducido al fin del arte.










